Siento que mis manos son como dos grandes cíclopes, capaces de hacer demasiado daño pero sin darse cuenta por falta de conocimiento o por ser descuidado. Todo lo que toco lo rompo, todo lo que digo es incorrecto, todo lo que siento no es debido, todo lo que pienso es erróneo.
Así me siento al pelear con mis seres queridos, todo el cariño otorgado anteriormente se eclipsa bajo la sombra de mis dolorosas palabras, de mis intencionales actos. Necesito de un alma caritativa que me guíe por el camino de la bondad, y cuando me falta esta alma lastimo a cada criatura que se cruza en mi camino.
Es un poco irónico, ya que los cíclopes son tan voluminosos, de una estatura extremadamente alta, causan terror al verlos. Pues yo soy totalmente lo contrario. Soy una niña delgada, tan baja que parece indefensa, con un rostro tiernamente redondo, unos globos oculares café tan pequeños que sobra espacio en su lugar. ¿Por qué alguien tendría que temerme a mi? La respuesta es simple. Me gusta jugar con la mente de mis victimas.
