Ahí estabas vos, con tus brazos abiertos, preparado para sentir mi calor entre ellos. Corrí a tu encuentro, me choqué con la cálida sensación de tenerte rodeandome sutilmente. No encontré un sentimiento más puro que aquél, éste sentimiento era genuino.
El tiempo se detuvo, no entendía la razón, hasta que te vi. Allí me recibías, con todo tu ser anhelandome, y a su vez, con todo mi ser anhelandote. Al tocar tu dulce mano el tiempo se re inició, no podía creer que pude vivir todo este tiempo sin tener esa sensación presente, ahora que la conozco la necesito aquí conmigo por siempre.
Miré tus ojos color café y dejé que mis pensamientos fluyeran. Un mar de preguntas vino a mi mente pero callé, ya que no quería arruinar ese perfecto momento. Me hundí en tus labios con un gran beso y al hacer esto, una carga eléctrica corrió por mis nervios buscando una salida, pero no quería que se fuera, así que seguí besándote.
Sentía tu mano tan firme en mi espalda, como una roca, sabía que no existía forma de que me hicieras daño, me sentía segura, protegida, amada, acunada. La otra mano recorría las facciones de mi rostro con delicadeza, sin entender la suavidad de ésta, proseguí con el objetivo de disfrutar tu tierna caricia.
Cuando los dos nos despegamos, parecía que no iba a haber palabras para describir nuestros sentimientos, fue ahí cuando recordé que no habíamos dicho una sola palabra desde que nos encontramos. Abrí mi boca para saludarte, pero no me salía el sonido, había quedado petrificada totalmente, hasta que escuche tu dulce voz decir: Hola.
Ésta fue la primera vez que soñé contigo. Mi subconsciente no quería despertar, sabía que había una razón por la cual debía seguir durmiendo. Intenté con todas mis fuerzas recuperar el sueño, pero ya era muy tarde. Aunque todavía sigo con la esperanza de poder reanudar ese sueño tan vivido.
